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Me gustabas porque hacías de este mundo un lugar con más colores. Con menos grises. Con menos oscuridad. Dabas brillo a los días negros, y calor en las frías noches de invierno.

Me gustabas porque nunca te enfadabas, ni siquiera con las cosas más graves; y si lo hacías, no se te notaba.

Me gustabas por tu manera de decirlo todo con una simple mirada. Porque era imposible no querer besarte cada vez que te reías con cualquiera de mis tonterías. Cuando la felicidad se desbordaba por tus ojos color madera.

Eras la cura a mi enfermedad, la locura de mi cordura, y la cordura de mi locura. Eras el niño en mi interior, el loco que dormía en mi alma. La fantasía de mis sueños. La dulzura de mi vida.

Eras mis noches en vela. Mis días abrazándote en mis sueños. Eras un amanecer naciente. Eras las mariposas en mi interior. Un poema recién escrito.

Eras la canción más bonita del mundo.

Hiciste que fuera la persona más afortunada y dichosa del universo entero. Y eso te lo debo. Ahora, siempre, y por siempre.

Y para siempre.

Me dabas la vida en cada caricia, y me la quitabas en cada despedida. En cada adiós, aunque a la semana siguiente nos fuéramos a ver de nuevo. Pero daba igual. Porque cuando amas a alguien, el tiempo sin verle pasa demasiado despacio cuan eternidad, y la eternidad sin él, era peor que la muerte.

¿Os imagináis estar en un laberinto, y la desesperación de no poder encontrar la salida? Pues así era mi angustia toda la semana, hasta que nos veíamos un viernes o un sábado.

¿Quién fue el que dijo eso de que «el amor es la más injusta de las emociones. No te deja vivir, pero al mismo tiempo te impide morir»?

Supongo que me dí cuenta tarde de que tu sonrisa había perdido su enigma, de que había perdido el color. Pero soy un ser humano, y los humanos tendemos a darnos cuenta tarde de nuestros errores. A equivocarnos demasiado. Tendemos a descubrir que hemos perdido, cuando ya no podemos recuperar. Y es ahí cuando corremos a contracorriente hacia aquel destino que se nos escapa de entre los dedos de las manos, como si fuera un vago fantasma de aire y viento. Cuando corremos detrás de aquel tren que se nos acaba de escapar, y sabemos que ya nunca volverá.

Pero tampoco nos damos cuenta (o simplemente, es que no deseamos darnos cuenta) de que el destino esta siempre ahí, de que el destino somos nosotros mismos, construyendo nuestros propios caminos, a base de brisas y vientos, y de cuestas escarpadas; de que siempre hay un tren en el que subirse.

Siempre hay una oportunidad para hacer las cosas bien. El mundo esta lleno de esperanzas. De mañanas. De sonrisas. De abrazos. De besos y caricias. Y de oportunidades.

Atrapa tu sueño… Y no lo sueltes nunca. Ríe, ama, quiere, llora, sufre, sonríe, besa, acaricia, abraza, camina, corre, arrástrate… Pero nunca te rindas.

¿Ves como sí aprendí cosas de ti? Me lo diste todo. Y con todo me quedé, aunque te fueras para no volver.

Gracias.

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Saludos,
Nawin.

9 comentarios en “La cordura de mi locura

  1. Muy emotivo… Como tu bien dices el mundo está lleno de oportunidades y el destino lo construye uno mismo. Por eso, aunque ahora estemos ante una puerta sellada quizá en un futuro nos permita descubrir una ventana (como dice el refrán). Podemos decidir que queremos hacer y que queremos cambiar, solo hay que tener paciencia y voluntad.
    Un beso!

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    1. Gracias por tu comentario, Sara. En efecto, el destino es nuestro desde el primer momento en el que empezamos a vivir. En el mismo momento en el que nacemos. En nuestras manos esta escribir ese destino. Elegir nuestro camino.

      Por eso, no debemos estancarnos en los fracasos, sino utilizarlos para aprender de ellos.

      Los fracasos amoros duelen, pero también se aprende ellos. Lo que no debemos dejar de hacer, es amar. El amor mueve el mundo… O podría moverlo, si no fueramos tan brutos y egoistas. De echo, si nos guiaramos por el amor, las cosas cambiarian, estoy segura.

      Pero me he ido por las ramas… Jajaja Disculpa.

      De nuevo, gracias por tu comentario, y buenas noches.

      Saludos 😉

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